viernes, 17 de agosto de 2012

LA BELLA ISABEL.


Neva de Noega fue la menor de cuatro hermanos muy unidos para las costumbres de la época y a pesar de la diferencia de edad que les separaba. Para la pequeña Neva su hermana mayor era un recuerdo difuso de olor a violetas. Aún no había cumplido los siete años cuando la bella Isabel partió de Noega para contraer matrimonio. Sin embargo, los recuerdos familiares y la fama de la joven la hicieron tan cercana como si nunca se hubiese ido.
Isabel de Noega, la "bella Isabel" como muchos la conocieron, era un prodigio.  Cuando nació llegó a decirse que no viviría mucho. Al decir de quienes asistieron al parto era un pequeño ángel, pues semejante belleza no podía estar destinada a este mundo. Hubo peregrinaciones desde diferentes puntos del condado para contemplar aquel bebé rosado y sonriente, de piel sin mácula y carácter apacible. Todos los que pasaban ante la pequeña cunita quedaban arrebatados, ante la estupefacción de la madre de la criatura, que consideraba que tanto arrobamiento no podía conducir a nada bueno. "La belleza es como cualquier otra enfermedad", solía decir María de Noega, en aquella clarividencia suya tan mundana.  
Así, Isabel creció entre halagos y miradas de admiración, sin que nadie la contradijese jamás en sus más mínimos deseos, consentida y caprichosa, adulada y poderosa. Su padre, el conde, le reía todas las gracias y la llamaba "nuestra pequeña dueña", consciente de que cualquiera de sus desobediencias o pataletas era inmediatamente perdonada cuando surgía una sonrisa en aquella carita tan linda. La madre, en cambio, torcía el gesto y la dejaba hacer, afanada con la llegada de otros hijos y los quehaceres diarios. 
La niña fue consciente de la enorme influencia de su belleza desde muy pequeña. Supo sacarle partido al brillo de sus ojos rasgados, a su dulce sonrisa enmarcada de hoyuelos, al brillo de ese cabello que gustaba de llevar  recogido, para que no le quitase ni un ápice de protagonismo a los rasgos de ese rostro como perfilado a plumilla, tan fiel a los cánones del momento que hubo quien dijo que sus facciones eran el modelo en el que Europa se miraba. 
Como no podía ser menos, apenas apuntaron en el menudo cuerpo de Isabel las formas femeninas, el conde de Noega comenzó a recibir proposiciones de los cuatro puntos cardinales. Incluso se dijo que la pretendieron infantes y príncipes de tierras lejanas. El señor conde se vio tan desbordado por los acontecimientos que optó por dejar a la propia Isabel que eligiese a quien fuese más de su agrado. Ésta lo tuvo claro desde el principio: 

-El más adinerado, padre.  El amor flota en el aire, pero el dinero se puede contar.  

Así la bella Isabel casó en primeras nupcias con un noble portugués que tenía un palacio de colores frente al océano, mucho de ese metal que se puede contar y cuya condición de bastardo real le colocaba en una inmejorable posición en las Cortes de todo el continente. Isabel fue admirada y halagada, incluso más que en su infancia, en aquel su primer matrimonio del que tuvo un único hijo, llamado con el paso del tiempo a gobernar lejanas tierras. Fue un matrimonio destinado a durar poco tiempo, a causa de la mala salud del marido, aunque bastante mejor avenido que los que vendrían después. Entre las muchas cualidades de este primer esposo estuvo la de no ser excesivamente celoso y no ocuparse de habladurías. Nunca sufrió ante la realidad de las nubes de adoradores en torno a Isabel, ni dio muestras de enojo por la dedicación que ésta prodigaba a su belleza deslumbrante. "La quise por su hermosura, es absurdo que ahora me pese lo que anhelé poseer", solía decir.  
Si bien, Isabel no sólo era un rostro. Aunque más valía que hubiera sido así. Su apariencia angelical era tan sólo eso: apariencia. Fueron muchos los que sufrieron el acero de su lengua afilada. Aquella mujer bellísima, de rasgos delicados, criada entre halagos y alabanzas, tenía la crueldad del que es bello en exceso. Hacía todos los comentarios que le venían a la cabeza, sin reparar en el daño que podía ocasionar, a sabiendas de que sería perdonada sin remedio. No dudaba en satisfacer hasta su menor capricho, aunque eso supusiese la ruina de muchos. Los chismosos y arribistas se arremolinaban en torno a ella, con el afán de escuchar sus comentarios despreocupados y punzantes, que después eran repetidos por todos los rincones del país. Hasta el propio rey hubo de llamar la atención a su esposo sobre la conducta de Isabel. A ella misma no se atrevió. El monarca, que no era tonto, sabía que si se entrevistase con ella acabaría cayendo en sus redes.
Como bien afirmó María de Noega, cuando su primogénita era apenas un bebé, la belleza es una enfermedad. Una enfermedad que comienzan sufriendo los demás y acaba también causando estragos en la propia portadora. Pero, esto ocurrió mucho más tarde. De momento, dejemos a la bella Isabel en aquellas épocas despreocupadas de esplendor, cuando el mundo era un lugar acogedor y permisivo, en la época en que alguien dijo de ella: 

-¡La bella Isabel! ¡Ah! Si algún día os aburrís de contemplar su belleza, siempre os entretendrá con la perfidia de su voz maravillosa.   

4 comentarios:

  1. La hermanita de Neva es toda una viborita.menos mal que esta lejos.

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    1. La bella Isabel seguirá dando quebraderos de cabeza allá por donde pase, me temo.

      Gracias por vuestra atención.
      Un beso.

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  2. Vaya, sabias palabras las de la madre de la dama, que desde la más tierna infancia de la joven adivinó que a menudo este don viene acompañado de una ambición desmedida. Además resultó muy práctica en su elección de esposo. ¿Para qué se precisa de romanticismo cuando se tiene por delante "nucho de lo que se pude contar"? No comparto sin embargo ese pensamiento con la bella Isabel, permítame decir.

    A Neva le quedaba de su hermana su olor a violetas...

    Me encanta como escribe, milady, se aprecia un mimo y un cuidado especial en sus letras y tan solo echo de menos que éstas sean tan discontinuas.

    Un saludo y mi admiración una vez más.

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    1. El carácter y la apariencia física suelen estar indisolublemente unidos, nuestro comportamiento debe mucho a la forma en la que los demás nos ven.

      Mi pasión por la escritura lamentablemente no va pareja con mi tiempo disponible. La fidelidad de personas como vos hacen que merezcan la pena los minutos robados al reloj.

      Un beso!

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