lunes, 12 de mayo de 2014

DEL AMOR OSCURO.


"Miro sin verte, 
en la oscuridad de los días que me quedan.
 
Oigo sin escucharte,
entre las sombras de las horas que me restan.
 
Espero sin tenerte,
envuelta en las tinieblas del destino de mi vida.
 
Mas, empero,
te tengo, te escucho y te veo
mientras el tiempo se da la vuelta
hasta el inicio del día en el que de nuevo habré de conocerte."
 
Ésta constituye la traducción más fiel de los versos más famosos de Emma de Balehead, quien siempre escribió en gaélico, idioma cuya sonoridad resulta irreproducible en ninguna otra lengua. Aunque los estudiosos de su obra no se ponen de acuerdo sobre el motivo que los inspiró en su autora, parece evidente el eco de desengaño amoroso que los envuelve. Considerando todo lo que ha llegado a nosotros de la vida personal de Emma de Balehead y que, a todas luces, los escribió en un momento muy temprano de su precoz carrera de poetisa, no podemos obviar la estrecha relación de sus palabras con la vida de Mencía "la dulce". Aquella mujer que pudo haber sido su tía sufrió un desengaño amoroso que la dejó sumida entre las tinieblas el resto de su vida, esperando cada instante la vuelta del ser amado, susurrando incansable su nombre hasta que su voz fue apenas un ronco murmullo.
¿Qué ocurrió entre Gonzalo y Mencía? ¿Cuál fue el hecho extraordinario que trastocó no sólo la vida de sus protagonistas, sino que alcanzó con consecuencias inesperadas a las gentes de Gales y quedó impreso de modo indeleble en la mente infantil de Emma de Balehead? 

A poco que se bucee en las nefastas consecuencias de aquel acontecimiento, se puede llegar a la conclusión de que en su momento resultó un oprobio para todos sus afectados. El Conde de Noega eliminó de la Biblia familiar a su heredero con un imborrable tachón de tinta oscura. El joven Gonzalo nunca más volvió a pisar las tierras del lugar que le vio nacer en sus largos peregrinajes. La delicada Eulalia pasa de puntillas en sus cartas sobre lo que siempre definió como "aquello". Y Lady Neva tuvo que afrontar la más difícil decisión de su vida, tras el día en el que, cargada de arrojo juvenil, se empeñó en la tarea de conquistar a Christian de Haverfordwest. 

El motivo siempre estuvo ahí. Desde el principio. Y fue la razón inicial de que el joven Gonzalo mezclara su destino con la familia del Doctor. Carlos, el hijo de éste, fue el mejor amigo de aquellos días de estudiante. Compañero de francachelas y primeras experiencias. Contrapunto al carácter soñador y arriesgado de Gonzalo. Tranquilo, pausado, delicado. Carlos fue esa persona que, desde la oscuridad de un segundo plano, seguía con ojos atentos cada paso de su amigo y compañero. La persona que mejor le entendió fuera del estricto universo femenino de la infancia de Gonzalo. Y la persona con la que Gonzalo al fin comprendió lo que su hermana Neva decía que resultaba evidente. 

Al principio, fue la negación. Después, el rechazo. Y al fin, la rendición, el deseo, la gloria. Cuando Gonzalo no pudo negarse por más tiempo a lo que resultaba evidente, encontró en Carlos la comprensión del que ha vivido siempre escondido entre las sombras. Y aprendió el difícil arte de las vivencias ocultas. Aquellos instantes de radiante dicha aprovechados en momentos de confusión, entre bambalinas, en la esquina oculta de una calleja estrecha, entre los libros polvorientos del desván, mientras el resto del mundo les hacía estudiando, entre experimentos y ungüentos, aquellos pocos instantes de dicha infinita fueron suficientes para soportar una vida entera cuando el mundo les volvió la cara. Gonzalo amó a Carlos. Carlos amó a Gonzalo. Sin remedio. Sin fin. De la misma forma avasalladora en que la dulce Mencía amó y les llevó a la ruina. 

Posiblemente, si la hija del Doctor no hubiese estado tan profundamente enamorada jamás hubiese ocurrido "aquello" de lo que ni Eulalia de Noega ni nadie era capaz de hablar abiertamente. Mencía seguía con sus ojos oscuros cada movimiento de Gonzalo de manera incansable. Sus pasos, los gestos de sus manos, sus miradas, la cadencia de su voz. Nada podía pasar desapercibido para quien resumía en un ser todo su universo. Y, de repente, la verdad abrumadora se alzó imponente en aquella casa, rasgando encajes de novia y desatando tempestades. 

Quizás nunca sabremos lo que verdaderamente ocurrió entre aquellas paredes. Qué vieron los ojos de Mencía para atormentarla para siempre en la espera sin esperanza del amor perdido. Qué determinó la salida de Gonzalo en la noche oscura para nunca más volver. Ni la muerte precoz de Carlos, jamás aclarada. Hay aspectos de la vida tan recónditos, tan oscuros, que ni el paso de los siglos es capaz de levantar la tiniebla en la que sus protagonistas desearon envolverlos. 

"Querida hermana,
A partir de ahora no tendré una dirección exacta. En otro momento te relataré despacio los términos de la situación en la que me encuentro y el motivo que me ha llevado a peregrinar por los caminos. Pude haber sido un Médico de renombre. Pude haber vivido en la Corte. Pude haber sido esposo y padre. Nada de eso es posible ahora ni lo será nunca. Viviré como el padre de madre. Ofreciendo consuelo y remedio por pueblos y caminos. En el fondo, quizás siempre es lo que deseé, desde aquellos tiempos de nuestras escapadas infantiles. En todo caso, ahora él no existe. Ahora que la crueldad de este mundo ha terminado para siempre con su gran corazón, con su sensibilidad, con su alma cándida y su inolvidable temperamento, sé que jamás podré tener una vida normal. Sé que mi alma se rebelará a una existencia tranquila. Jamás tendré sosiego ni la dicha anidará en mi corazón.
Mas, todo lo doy por bien empleado ahora, querida Neva. Sólo un instante de ese maravilloso tiempo compartido, sólo una de sus miradas cargadas de amor y comprensión, valen un imperio, un reconocimiento, una vida. 
Ya te expresaré un lugar al que enviar tus respuestas. Sólo me queda ya expresarte, antes de que la vela de esta posada llena de chinches se extinga, que tenías razón.  
Nunca te olvida.
                                                                                                                                            G."

Y así fue cómo el heredero del Conde de Noega en un requiebro del Destino, que más parecía un sarcasmo, comenzó su vida sin reposo por caminos y aldeas. Vendiendo ungüentos y potingues, ofreciendo remedios y curas, sin hogar ni familia. Fijando cuatro o cinco lugares en los que recogía las cartas de sus hermanas. Escribiendo sus impresiones a Neva y Eulalia con la regularidad que no existió nunca más en el resto de aspectos de su vida. Tanto fue así, que ambas hermanas, algunas décadas más tarde, advirtiendo que había transcurrido un mes sin recibir misiva alguna de su hermano supieron, con la nitidez de lo cierto, que Gonzalo de Noega había dejado este mundo.