lunes, 13 de mayo de 2013

EL DESTINO COMIENZA A BARAJAR LOS NAIPES.

Doña Mariana y Eulalia regresaron de su aventura abulense encontrándose con la casa de los Guisasola ligeramente alterada. Las cuñadas envidiosas murmuraban por los rincones, y la cocina era un puro cuchicheo de dimes y diretes. El motivo de tanto alboroto no era el descubrimiento del verdadero motivo de la ausencia de las viajeras, como éstas llegaron a temer, sino que Fernando- por vez primera en su vida- había dado el campanazo.  
 
-No deshagáis vuestro equipaje, señora. -le dijo Fernando a la consternada Eulalia- Mas bien incluid en vuestros baúles lo que preciséis para una ausencia más prolongada. 
 
-Pero, Fernando, ¡qué locura es ésta!- exclamó Doña Mariana, a la que tanto trasiego de criados y preparativos tenía al borde del desmayo- ¿Has perdido el juicio?
 
-En absoluto, madre. Parto al amanecer.- repuso el muchacho, con una sonrisa que nunca nadie le había conocido antes, en sus muchos años de paciente espera en la sombra- Me esperan en Madrid.
 
 
"Me esperan en Madrid". Cuatro palabras expresadas en la primera persona del singular, como siempre tuvo costumbre de hacer Fernando de Guisasola, pero que iban a suponer el inicio de una nueva vida para su atribulada esposa. Jamás la tímida Eulalia de Noega deseó abandonar aquellas tierras olorosas a salitre de su infancia, jamás imaginó conocer gentes con otros acentos, jamás quiso ser vista ni conocida más que por aquellos que la habían contemplado al crecer. La vida le hizo una jugarreta a la dulce Eulalia que jamás se mereció. Pero de todos es sabido que la vida nunca es justa.
 
Así pues, mientras Eulalia y su suegra se dedicaban a los menesteres que sólo el paso del tiempo permitiría desvelar en parte, Fernando de Guisasola tuvo uno de los golpes de suerte que, desde aquel momento, se convirtieron en una constante en su vida. Todo comenzó en una de esas partidas de cartas que habían hecho famoso el señorío de su padre. De semejantes veladas salían los caballeros poco menos que en paños menores, aunque eso sí, con la cabeza bien alta y la dignidad inquebrantable del que pierde dinero por placer. Años más tarde llegó a saberse que el Marqués permitía la participación de ciertos jugadores profesionales de muy dudosa reputación a cambio de un sabroso porcentaje, si bien, cuando se descubrió el asunto el Marqués se encontraba desde hacía tiempo a dos metros bajo el suelo y toda la familia había caído en desgracia por cuestiones de muy diferente naturaleza. Ni que decir tiene que el hábil Fernando se hallaba tan lejos de allí que los rumores ni le rozaron una hebra de la camisa. 
 
En aquella noche afortunada, tras horas de alcohol y cartas manoseadas, Fernando de Guisasola se quedó, frente a frente, con un atildado caballerete que volvía de Laredo con destino a la Villa y Corte tras haber cumplido la encomienda de su señor de depositar a su primogénita sana y salva en una embarcación que habría de trasladarla hacia el marido recién adquirido más allá del Canal.
 
 
 

-Retiraos, señor.- repuso Fernando, con esa tranquilidad del buen jugador adquirida entre bribones y gentes de taberna- Nada os queda ya que jugaros.
 
-¡Me juego mi puesto!- exclamó el caballero, ebrio de alcohol y de la emoción del que arriesga la vida, al que de poco le servirían los ruegos y lágrimas a la mañana siguiente una vez despejado de tan funestos vapores y que en vano pidió la anulación de tan descabellada apuesta.
 
-Nobleza obliga.- fue la única respuesta que recibió del Marqués cuando le pidió que mediara con su hijo, sin saber que, a la mañana, el señor de la casa se volvía un desmemoriado irredento para todo lo que podía haber ocurrido en su salón de fumar. Si es que algo había ocurrido más allá de una amena charla entre gente de bien. Nadie cometía ilegalidades en su casa. Faltaría más. 
 
Así fue cómo Fernando de Guisasola se convirtió en asistente del Camarero Mayor del Secretario del Duque de Alba. Cargo que así expresado, tal cual, parecía una nimiedad. Pero a la vista de las alturas a las que fue capaz de llegar el otrora segundón de los Guisasola bien podía decirse que, aquella noche de ventisca y naipes salidos de mangas cuajadas de puntillas, a Fernando le tocó un ángel con la punta de sus dedos.