martes, 14 de agosto de 2012

EN LOS DOMINIOS DEL CONDE.

 

Para comprender el carácter de la pequeña Neva nos es preciso remontarnos un poco más atrás en el tiempo, conocer el lugar que la vio nacer, las peculiaridades y rarezas de una familia a la que los imperativos sociales de la época siempre le parecieron cosa ajena. Nadie comprendió en su momento a Gonzalo de Valdés cuando contrajo matrimonio con aquella muchacha de tan oscura familia que, al decir de los más chismosos, aún practicaba ritos celtas. También se decía que al nacer, entre susurros, le habían puesto un nombre tan impronunciable y pagano que después todo el mundo la conoció como María. Quizás para paliar de algún modo el origen de aquella criatura y despistar al diablo en las revueltas de los caminos. 
La realidad era muy diferente. De la que no alimenta leyendas. Y bien sabemos que sin leyendas, sin misterios, sin oscuras historias que hacen temblar el corazón en las noches de invierno, no se puede vivir. 
La que llegaría a ser condesa de Noega, la futura madre de Neva y todos sus hermanos, era la hija de un médico ambulante, de ésos que lo mismo venden extraños potingues para hacer crecer el pelo, que sacan una muela infectada o ayudan a bien morir. María nació en un bosque en mitad del otoño, en algún lugar indeterminado entre pueblo y pueblo, pero no fue María hasta mucho tiempo más tarde. En eso tenían razón las habladurías. Primero fue "la niña", "la hija", "la pequeña". Cuando sus errantes padres se acordaron de la necesidad del bautizo, ella ya podía caminar solita hasta la pila del agua bendita. 
María creció tan libre como un flor sin raíces y de pies descalzos. Aprendió de sus padres los mil remedios que la naturaleza ofrece para curar los males del cuerpo y del espíritu, esas prácticas que harían que, ya casada, las criadas se hiciesen de cruces. Sabía aliviar las heridas con el contacto de sus manos y el corazón con el sonido de su voz. También supo enamorar al conde de Noega con el embrujo de sus mirada oscura. El imberbe Gonzalo de Valdés jamás volvió a ser el mismo desde el momento crucial en el que sus ojos se posaron en aquella menuda muchacha de ágil movimiento y olor a salvia. En cuanto la vio, dio gracias al Cielo por haber decidido salir de caza aquella mañana a pesar de las inclemencias del tiempo. Dio gracias también por la raíz desnuda de aquel árbol que hizo tropezar a su montura y hacerle caer al suelo. Dio gracias asimismo por aquella piedra oscura que le hirió en un costado, haciendo derramar su sangre sobre el barro, anunciándole que sus horas en este valle de lágrimas estaban contados.  
Ante la gravedad del joven señor, nadie hubo en su casa que tuviese un remedio eficaz. Entonces alguien recordó a unos feriantes que había visto en la plaza. Se discutió mucho sobre que manos sucias y plebeyas tocasen la piel inmaculada del joven conde. Finalmente, escondida bajo la capucha de una negra y amplia capa, trajeron a la muchacha. Y aquella noche se terminó la trashumante vida de María.  

 

El conde nunca dejó de amar tiernamente a su esposa. Ella le dio toda la felicidad que la vida le negó en todos los demás ámbitos. Bien es cierto que Gonzalo de Valdés nunca aspiró a ser inmortal a través de sus hazañas, ni a ser especialmente valorado en la Corte, ni siquiera a viajar para reconquistar ignotas tierras. Fue un hombre estrafalario, de gustos poco comunes, de alma soñadora. Incapaz de prestar atención a las cosas prácticas del mundo. Tenía alma de poeta, aunque jamás escribió una línea. No lo precisó. La poesía que él degustó estaba en el mar embravecido, en el rumor de los árboles un día de otoño, en el vuelo de las mariposas. 
María se dedicó a todas las cosas terrenales mientras su esposo flotaba a su alrededor. Organizaba la vida del castillo con la sabiduría de quien ha conocido el hambre, tomaba las decisiones importantes mientras sus manos hábiles preparaban ungüentos y pócimas, traía al mundo a los hijos de su esposo sin apenas lamento y encargándose de su crianza personalmente sin faltar jamás a una velada. Fue una esposa fiel, una madre tierna y despreocupada de las normas, una condesa eficaz y organizada.  La historia le devolvió a cambio su pasado de leyenda, sus oscuros orígenes celtas, sus prácticas de hechicera. De conocer tales cuentos sobre su persona, la más probable es que María hubiese sonreído. Con aquella su magnífica sonrisa capaz de calmar la fiebre. 
 

2 comentarios:

  1. Me encanta Maria y el arte que es capaz de desplegar, su secreto mas secreto -que es hija de vendedores ambulantes eficientes- y que puede curar con sus manos, algo que hoy en dia se esta redescubriendo. Y lo bien que lo sintetizas. Felicitaciones!!! Estemmm tenemos que hacer algo para que esta novela TENGA MAS DIFUSION!

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    1. Los hombres soñadores necesitan a su lado mujeres prácticas para no echarse a volar. María influyó mucho en el carácter de su prole, como pronto veremos.
      Muchas gracias por tus palabras. La alegría del escritor no está en la cantidad sino en la calidad de sus lectores.

      Un beso!!

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