sábado, 2 de junio de 2012

UN PASEO DECISIVO.

A la mañana siguiente...



Tras una noche en la que pocos durmieron a pierna suelta en el señorío de Balehead (cada uno con sus cuitas de amor, desamor, preocupación y responsabilidad), salió el sol como casi todos los días.  A Lord Christian, poco dado a las susceptibilidades, tal circunstancia le fue indiferente. Quizá otro se hubiera extrañado de que el mundo siguiese girando al mismo compás tras el descubrimiento efectuado la noche anterior. Si bien, nuestro reciente enamorado sólo tenía cabeza para pensar en cómo debía comportarse con Neva a partir de entonces. No tenía a nadie digno de su confianza que le asesorase sobre las costumbres propias del cortejo y, dada su ignorancia y encomendándose a cualquier santo que se hubiese visto en tal aprieto, se dirigió a los aposentos de la invitada. 
Neva escribía una carta a su familia comunicándoles su feliz llegada tras el dificultoso viaje. En cuatro líneas al final les anunciaba también el fallecimiento de su prometido, rezando para que su padre a esas alturas de la misiva se hubiese aburrido y hubiese dejado de leer.  La aparición de Christian en su alcoba hizo surgir en el rostro de la muchacha una de esas sonrisas que la harían famosa. 

-Hace un fabuloso día. Vengo a invitaros a dar un paseo, si os place- tartamudeó Christian. 

Neva afirmó que iría gustosa siempre que le diese unos minutos para cambiarse de atuendo. No estaba bien pasear en camisa de dormir, añadió. Y Christian se ruborizó hasta la raíz del cabello. 
La mañana era soleada, pero el vientecillo de septiembre cortaba como un cuchillo. Los dos jóvenes no sentían el azote del viento mientras caminaban por los acantilados que se adentraban, irrespetuosos, hacia el mar fiero y gris de Gales. Neva no cesaba de parlotear graciosamente. Se sorprendía con cada árbol, con cada roca, respiraba a grandes bocanadas el aire salino, y reía como un pajarito cada vez que el viento hacía que sus faldas se le enroscasen entre las piernas. Christian la escuchaba en silencio, con media sonrisa en sus labios, observándola de reojo y adecuando los pasos de sus largas piernas a sus brincos y carrerillas.

-No sabéis lo bonita que me resulta vuestra tierra, Lord Christian.- decía ella- Jamás pensé que, tras largo viaje, iría a encontrarme con un lugar tan parecido a mi casa. Este cielo, estos acantilados, este mar... Todo es tan similar que me parece conocerlo desde siempre... Sólo llevo horas aquí y ya me creo capaz de amar esta tierra vuestra.

Christian rebuscaba en su cerebro alguna palabra ingeniosa con la que contestar a su cháchara simpática y al mismo tiempo decirle que la quería, que adoraba el color de su pelo, sus ojos rasgados, su manera de andar y la forma en que chapurreaba en su idioma. En definitiva, cómo decirle que la besaría allí mismo hasta dejarla sin respiración. 

-Si os gusta tanto mi hogar, sabed que podéis quedaros el tiempo que tengáis por conveniente. - se atrevió tan sólo a decir.

Neva se le quedó mirando durante unos segundos que ninguno olvidaría nunca. Y entonces, como si ella supiese todo lo que rondaba por su alma, le contestó tranquilamente, como el que sabe que toma una decisión trascendental y meditada:

-Traigo equipaje como para quedarme el resto de mi vida.