miércoles, 22 de agosto de 2012

EULALIA.


La admiración suscitada por la bella Isabel desde el mismo momento de su nacimiento permitió a Eulalia, segunda hija del Conde de Noega, crecer con la libertad y alegría del que pasa desapercibido. Su llegada al mundo, dos años después que su hermana mayor, coincidió con un verano especialmente seco que trajo un invierno de penurias. La Condesa, su madre, se afanaba por alimentar todas las bocas que dependían de su esposo con la mitad de recursos. Se organizó alguna revuelta por los alrededores, rápidamente sofocada por el carácter dialogante que siempre caracterizó a Gonzalo de Valdés. Sin embargo, a medida que se acercaba el invierno y el hambre iba haciendo mella en los estómagos, la situación se tornó más angustiosa.  En medio de todos estos sinsabores, la Condesa avanzaba en su estado sin dar síntoma alguno de agotamiento. El futuro carácter infatigable y resignado de Eulalia muchos lo atribuyeron a la realidad que la rodeaba mientras su pequeño cuerpecillo se gestaba.  Sin duda, la vida pondría a prueba en muchas ocasiones la paciencia y entereza de Eulalia. Y ella siempre saldría triunfante de tales situaciones. 
En la madrugada en la que Eulalia nació, nevó tan copiosamente, incluso a la misma orilla del mar, que el mundo se volvió blanco. La criatura recién nacida apenas emitió un murmullo que alterase la quietud y el silencio de una tierra en la que las gentes sufrían de hambre. La Condesa de Noega, sudorosa y debilitada, la acercó a su pecho y entonces la pequeña abrió sus grandes ojos castaños, con la misma mirada apacible que la haría famosa años más tarde, y sonrió con su pequeña boquita desdentada. Las mujeres que habían ayudado en el parto y contemplaron tal hecho juntaron sus manos en una sentida plegaria de agradecimento. Todas creyeron, sin necesidad de palabras, que aquella niña traía la prosperidad. Y no se equivocaron. 
Las nieves de la noche del nacimiento de Eulalia contribuyeron a una primavera de ríos rebosantes de agua y la tierra, renovada, dio los frutos que terminaron con el hambre y la insatisfacción de un pueblo que no veía más que oscuridad. La Condesa de Noega siempre creyó, y el tiempo le dio la razón, que el mundo sería un poco mejor allí por donde Eulalia pisase. 

Aquella niña de dulces facciones, que había heredado los lunares en el rostro de su familia materna y la capacidad de sanar los dolores del alma con el tacto de sus manos,  crecía a la sombra de su bella hermana como una presencia tranquila, capaz de relajar las tensiones y evitar los conflictos. Tímida por naturaleza, muy apegada a lo espiritual, siempre creyó que su vocación era el convento. Hasta bien entrada su juventud nadie pudo sacarla de tal convencimiento. Adoraba la soledad y el recogimiento de la oración, sacrificaba sin esfuerzo su bienestar personal por ayudar a cualquiera que venía al castillo de su padre con una súplica en los labios,  no sentía la necesidad de unirse a ningún hombre ni de tener hijos propios habiendo tantos niños perdidos por el mundo. Hasta pasados bastantes años, en un país y con una vida muy diferente, no hubo nadie capaz de enamorarla ni de hacerle rebasar la línea férrea de sus convicciones.  

Cuando hubo que buscarle esposo, el Conde de Noega lo tuvo tan difícil como con su hija mayor. Aunque en esta ocasión por muy diferentes motivos. Primero, por el apego infinito que Eulalia tenía con sus hermanos menores, con los que mantuvo una correspondencia ininterrumpida hasta el final de sus días. Después, porque de entre sus pretendientes había de escoger alguien lo suficientemente cercano como para que no aterrase a la muchacha. A sus quince años Eulalia seguía siendo tan tímida como un patito recién nacido. Su esposo había de ser alguien que formase parte de su mundo conocido y que no la llevase muy lejos de allí. Finalmente, el Conde de Noega se decantó por Fernando de Guisasola, hijo segundón de un noble vecino que había sido ferviente admirador de la bella Isabel y asiduo visitante del castillo desde la infancia. Además, nadie podía prever entonces la carrera fulgurante de aquel muchacho apocado y de mirada turbia.  
Eulalia, como en todos los acontecimientos de su vida, afrontó la noticia de su matrimonio con entereza. Le daba un poco de miedo aquel hombre que tenía diez años más que ella, pero se impuso su arrollador sentido común. Al menos no tendría que marcharse a cientos de millas de su hogar. Y nadie esperaría nada de la esposa de un olvidado noble de escasos medios. 

En el momento de la despedida la pequeña Neva, que a la sazón tenía nueve años, se agarró a sus faldas con determinación, llorando a gritos. Para intentar calmarla Eulalia le acariciaba suavemente su cabello oscuro, sin que la niña cejase en su determinación. Ni las amenazas del cinturón paterno hicieron volver en sí a Neva, que llenó la casa con un "no te vayas" repetido como una letanía, que hizo llorar a las criadas y atemorizó a los caballos que esperaban impacientes en el patio la salida de la novia. Entonces Eulalia, que siempre comprendió a su hermanita pequeña mejor que nadie, se agachó y, abrazándola, le susurró al oído: 

-Tranquila, mi pequeña, que sabré arreglármelas para ser feliz.    

6 comentarios:

  1. Esta familia no para de dar sorpresas (las familias de mi historia quedan a la altura de un poroto con Bestia y todo), me encanta la forma no lineal en que vas llevando la historia. en mi caso tengo unos quejosos consetudinarios que se quejan si ven un texto normal, aduciendo que es largo.... pero si sigo cortando mas folios, terminara en 50 años al menos. Me gusta tu ritmo que te lleva sin prisa pero sin pausa, con un estilo propio.

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    1. Cada historia pide su propia manera de ser contada, y quien no la entienda así es que no está preparado para escucharla. Díselo así a tus quejosos ;D

      Un beso!

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  2. ¡Me encanta que haya subido usted una nueva entrega tan rápido, milady, sin duda ha alegrado usted mi mañana de Jueves jeje!

    Comprenderá que por similitudes me encuentro más familiarizada con el carácter de Eulalia (no por su templada belleza, claro, sino por su timidez y su espiritualidad) y que ya de antemano le confieso que tal como me la presenta es una de mis favoritas (sé que no tiene naaaada que ver, pero no he podido evitar asociarla a mi querida Marianne Dashwood, heroína de la señora Austen y mi favorita por antonomasia).

    Solo me disgusta una cosa en la vida conyugal que se le presenta y es que no me parece justo que una dama como ella tuviera que conformarse con un caballero que de primeras bebió los vientos por la bella y frívola Isabel (aunque quizás debemos perdonar al pobre incauto; la mosca no tiene la culpa de caer rendida ante los encantos de la planta carnívora).

    Un saludo, milady, y por favor continúe usted la historia, que me tiene fascinada de pies a cabeza.

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    1. Me he propuesto el reto de, al menos, ofrecer una entrega semanal. Esa es mi intención, después ya sabéis que la vida siempre nos enreda con sus hilos...
      En todo caso, muchas gracias por vuestras palabras. Me alegro de vuestra sabia decisión de convertir a Eulalia en vuestra favorita. Os hará disfrutar buenos momentos, pues aunque ella aún no lo sabe la está esperando un gran hombre a la vuelta del camino...

      Un beso!

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  3. Madame, aquí llego por fin, tras múltiples penalidades que me han mantenido apartada.
    Y no sabe cómo me alegra conocer su intención de ofrecer al menos una entrega semanal. Ardo en deseos de saber qué será de Eulalia!

    Feliz tarde, Lady Balehead

    Bisous

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    1. Sí, madame, esa es al menos mi intención, aunque vos sabéis mejor que nadie las dificultades de construir un relato con cierta periodicidad. La vida moderna no entiende del reposo necesario para las buenas historias. Yo me voy poniendo al día en vuestra investigación sobre el Hombre de la Máscara, ¿llegaría a conocerle mi Eulalia de Noega? ;D

      Pasad un buen día, querida.
      Un beso!

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