lunes, 4 de marzo de 2013

EL CONVENTO DE SAN JOSÉ.


Para quienes han nacido en estas tierras nuestras del Norte no ha de resultar extraña la historia de un legendario convento oculto entre nuestras montañas, esos altos picos que nos separan de la llana Castilla y fueron refugio de celtas y tumba de moros. El convento de San José es el lugar con el que nodrizas y ayas intentan asustar a las niñas respondonas e insolentes que crecen en estas tierras del Norte. En su cuentos de advertencia siempre van a parar allí las jovencitas curiosas, las niñas desobedientes y las que no se preocupan de cumplir con su destino. Es un lugar remoto, oculto entre los pliegues nevados de la cordillera, ajeno al mundo, al que van a para todas las muchachas que no son lo buenas que han de ser y de ellas se espera. Es un lugar que sólo encuentra quien ya sabe dónde se encuentra.
 
 
 
 
 
El convento de San José es una edificación, mitad monasterio mitad fortaleza, unido a la roca y dirigido por una congregación exclusivamente femenina, al que a través de las décadas han ido a parar las niñas rebeldes, las jóvenes de religiosidad más intensa, las muchachas deshonradas, las que huyen de un padre autoritario que les impone un matrimonio insufrible, las que se esconden de un marido cruel, o las que han de dar luz al fruto de un amor no permitido. En definitiva, todas aquellas mujeres que tienen algún buen motivo para desaparecer del mundo. Y en el siglo de Neva, como en el actual, esos motivos no son escasos. 
 
El lugar cuenta con amplias estancias dedicadas al culto, a la lectura, a los trabajos manuales. La congregación se sostiene a sí misma, recibiendo tan sólo en ocasiones muy puntuales el generoso donativo de aquéllas que se beneficiaron del secreto de sus muros. Las criaturas que son alumbradas en tal lugar reciben una formación en aquello para lo que parecen mejor dispuestas por la naturaleza, ya sea la forja, la ganadería o la escribanía, y son colocadas en el mundo en buenos empleos con el mayor de los secretos. Nadie que sale del acogedor recinto del convento se atreve a dar razón de su paradero ni a definirlo como el lugar más parecido a un hogar feliz que existe. La leyenda sobre su existencia contribuye por sí misma a mantener su esencia. Incluso su advocación a San José contribuye al equívoco. Mientras los cuentos de ayas y nodrizas fundan su fama de lugar irreal creado como castigo por los hombres que dominan el mundo y la vida de sus mujeres, dueños de la honra y el poder de decidir, la realidad es muy otra. Y ello por cuanto San José, el santo venerado en ese recóndito lugar, es el modelo perfecto de hombre, de padre sensato y recto, de esposo comprensivo y protector. En una ocasión, una niña respondona se atrevió a decir que en tal advocación hacia el hombre perfecto el convento se olvidaba de Jesús, a lo que la Madre Superiora contestó, con su mirada de ojos risueños, que "José es el hombre perfecto, pues Jesús no sólo es hombre, también es Dios y eso le da una ventaja insalvable".

 
Este lugar, del cual muchos negaron su existencia a través de los siglos, existe. La certeza de su realidad surge en parte de los acontecimientos que nos han llevado a investigar la relación entre la bella Isabel y la desazón extraordinaria que a la sosegada Eulalia le produjo una carta. En parte. Pues la certeza de su existencia surge en esta cronista de su propia experiencia. Porque, queridos y pacientes lectores, aunque os cueste dar crédito a mis palabras, la que os narra estos hechos creció allí. Aunque eso es realmente otra historia...
 

4 comentarios:

  1. Madame, precioso lugar para crecer! me encanta cómo nos describe usted ese misterioso convento y sus inmediaciones.

    Feliz día

    Bisous

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    1. Gracias por su visita, madame!!!! Ciertamente es un lugar que esconde muchos secretos entre sus muros.
      Aunque el tiempo no siempre me alcanza como gustaría, no creáis que no sigo las andanzas del simpar Péguilin. Para pluma maravillosa la vuestra, querida.

      Un beso!!!

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  2. Desde luego y por mucho que trataran de aterrorizar a las jovencitas rebeldes con el mutismo de esos muros yo considero que encerrarse allí de por vida resultaría más agradable a compartir la existencia con un esposo despreciable y rudo.
    Existe una cierta belleza, quizás misticismo, en la vida monástica.

    Un beso, milady.

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    1. No puedo más que daros la razón. Además, según con quien hubiera de ser compartida, la vida en tal lugar supuso para muchas la mejor de las huídas.

      Un beso también para vos.

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