miércoles, 3 de abril de 2013

EL SECRETO.

 
Doña Mariana lo tuvo claro desde el principio. Su querida nuera Eulalia se mordía las uñas de impaciencia mientras la observaba moverse de un lado a otro de su cámara. Sin embargo, la mujer estaba decidida a que el plan que había surgido en su mente apenas la muchacha, con voz entrecortada le narró el contenido de aquella carta, era la única solución posible. 
 
-¿Y decís que es imposible hacerlo pasar por legítimo?
 
-Mi cuñado falleció hace más de seis meses, señora.- respondió Eulalia, con un hilo de voz.
 
La Marquesa de Guisasola se frotó las manos. Se le habían quedado heladas. No tenía duda alguna en poner todo de su parte para ayudar a Eulalia, si bien le preocupaba la manera de lograr que la situación se mantuviese en el mayor de los secretos. Isabel no dejaba de ser la viuda de un hijo bastardo del rey de Portugal. Cualquier indiscreción podía adoptar dimensiones épicas. Y no le era ajeno el hecho de que la lengua afilada de la bella hermana de Eulalia había dejado tras de sí muchos enemigos, dispuestos a convertir cualquier tropiezo en un escándalo difícil de acallar. Aunque en su experiencia por las vanidades de este mundo, sabía que al final todo acaba siempre en el olvido. Ningún escándalo es lo suficientemente fuerte como para no morir ante otro más novedoso. 
 
-Escribiréis a vuestra hermana sobre el lugar y el tiempo en que habremos de encontrarnos. - le dijo a Eulalia- Dejaremos a la imaginación de Isabel la excusa del viaje y la manera de realizarlo. Tampoco es preciso decirle dónde iremos una vez que nos encontremos. Sólo advertidle de que ha de hacer equipaje para un tiempo considerable, que se traiga ropa de abrigo, y dinero contante para caballos, reposo en fondas y callar bocas. Por nuestra parte, prepararemos también nuestros baúles. Se acerca la festividad de Santa Teresa, y yo siempre le he tenido una devoción especial... 


 
Ávila fue por tanto el lugar escogido por la hábil Marquesa doña Mariana para que se produjera el encuentro entre las hermanas que pasaría al olvido de las cosas que nunca pasaron o nunca debieron ocurrir. Ávila, con el bullicio de sus callejas empedradas abarrotadas de peregrinos devotos de la Santa, con sus decenas de posadas y gentes de paso, era el lugar perfecto para que tres mujeres bajo oscuros ropajes de penitente pasasen desapercibidas. El abrazo entre las hermanas inundó la estancia de la discreta fonda de recuerdos olorosos a salitre.
 
-Hermana, no habéis cambiado nada- musitó Eulalia, sin poder evitar la emoción. 
 
-No puedo decir lo mismo...- añadió Isabel, que acarició con ambas manos las mejillas de su hermana- Os percibo tan diferente... ¿La vida os trata bien? Me sorprendió enormemente la noticia del enlace con Fernando...
 
La Marquesa carraspeó ligeramente para evitar que la lengua de la muchacha le diese motivos para hacerle el favor a disgusto.
 
-Esta es mi suegra, doña Mariana. -presentó Eulalia, cayendo en la cuenta- Ella ha sido la que ha elaborado el plan que puede sacaros de este aprieto. 
 
Isabel, que sabía ser tan encantadora como la más discreta cuando se lo proponía, mostró una de esas sonrisas capaces de fundir témpanos y le agradeció con toda la sinceridad de su corazón la ayuda inestimable que le estaba aportando en momento de tan gran dificultad. Tras esta presentación apresurada y, dado que la Marquesa además de hábil era sensible, decidió dejar a las hermanas solas para que se sincerasen en la intimidad de su alcoba. Así fue como, tras no pocos intentos de mantener la compostura, la bella Isabel narró a su hermana los sinsabores de los últimos meses, desde el repentino fallecimiento de su esposo, el silencio y la oscuridad de los corredores del palacio en que un día fue feliz, los duros comentarios de lenguas que con la ausencia de su esposo ya no se refrenaban, y la insistente mirada de ojos duros que la perseguía incansable desde el mismo momento del velatorio. Había intentado por todos los medios no estar sola jamás, no conceder confianza alguna, envolver su cuerpo con amplios ropajes oscuros y cubrir su rostro de los velos más espesos. Pero todo fue en vano. No hay puerta lo suficientemente cerrada, muro lo suficientemente espeso, compañía lo suficientemente protectora frente al deseo irrefrenable de quien no respeta la voluntad ajena. Desde aquella fatídica madrugada se convirtió en una sombra de sí misma, aún más achicada desde que se enteró de la última consecuencia de aquel acto lleno de oprobio. Sabía que los rumores la acusarían de liviana, de haber faltado a la memoria de su marido, de todas y cada una de las tachas que ella misma había atribuído a otras desdichadas por el solo placer de reír. ¿Se lo merecía? Seguramente.
 
-Pero, me resisto a aceptar ese castigo, hermana. Madre siempre dijo que ante las dificultades de la vida no hay que rendirse jamás- sonrió Isabel entre las lágrimas que surcaban su bello rostro.
 
 
 
-¡Basta de lamentaciones, pues!- añadió Isabel, tras unos instantes de silencio en los que Eulalia, como el vestigio de tiempos más felices, le acariciaba sus largos cabellos con sus manos capaces de curar- ¿Cuál es el plan que vuestra estimada suegra ha urdido en su cabecita francesa?
 
 
Eulalia, que sentía la pena de su hermana clavada en el corazón, más emocionada aún con el ímpetu que la misma demostraba ante la adversidad, repuso con su dulce voz:
 
-¿Recordáis las historias que nos contaban de niñas sobre el Convento de San José?.
 
 
  

 


1 comentario:

  1. Sabia la señora Marquesa, y muy noble, además.
    Estoy deseando saber más acerca de esas historias que les contaban de niñas y ver en qué temina todo este asunto.

    Por cierto, me imaginé perfectamente esas callejuelas empedradas de Ávila.

    Un saludo, Milady.

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