sábado, 26 de enero de 2013

AQUELLOS AÑOS EN CASA DE LOS GUISASOLA.

Eulalia de Noega vivió los primeros años de su matrimonio como una más de las sombras que pululaban por los dominios del Marqués, su suegro. Cuando hubo de partir hacia lejanas tierras en pos de la estrella ascendente de su marido, muchos de aquellos parientes mezquinos que se arrimaban al bolsillo siempre generoso del Marqués, muchos de los criados que paseaban ociosos por corredores y jardines, se percataron de que nunca habían escuchado su voz. Eulalia se limitaba a cumplir con sus quehaceres y actuar como se esperaba de ella con su tímida sonrisa y el encanto apaciguador de su mirada curativa. 
 
 
 
 
 
 
Sólo hubo una persona con la que Eulalia se sintió cómoda y que le ofreció cierta sensación de seguridad. Esa aliada imprevista e incondicional fue su suegra, la Marquesa doña Mariana. Esta mujer, dotada de una sensibilidad especial, se percató al primer vistazo de las inseguridades y miedos de Eulalia. Jamás pensó, como lo harían otros a lo largo de su vida, que los silencios de Eulalia se debían al orgullo, o a una sensación de superioridad mal entendida, o a que fuera rematadamente tonta. Doña Mariana comprendió que Eulalia era uno de esos seres llamados a sufrir con los rigores de este mundo, despiadado y cruel con quienes no saben cubrirse con la coraza de la ironía y la frivolidad. Mientras el resto de sus nueras sólo vivían con la vista puesta en el camino, a la espera de invitaciones a bailes y fiestas, Eulalia bajaba la cabeza sobre la labor y los únicos acontecimientos sociales que seguía con interés eran los actos religiosos. A Doña Mariana le encantó su carácter piadoso, su paz espiritual, la calma que se adueñaba de una estancia apenas la muchacha entraba, silenciosa como una cervatilla. Es por ello por lo que, desde el primer momento, se dedicó a la tarea de hacerle la vida más soportable. Así, decidió que fuese Eulalia la que la acompañase en sus múltiples visitas a hospicios y casas de caridad. Decidió, rompiendo protocolos y desbaratando malos gestos, que la muchacha se sentase junto a ella en la mesa. E incluso, cuando su hijo Fernando recordaba que tenía esposa y la reclamaba en su lecho, la aleccionaba sobre los múltiples métodos para poner la mente en blanco y provocar que el reloj fuese más rápido. 
 
Eulalia siempre le estaría agradecida a su suegra por todas esas deferencias que hacían resoplar a sus cuñadas. Su vida sin ella en aquella casa tan diferente a su hogar, con sus rencillas familiares y los comentarios hirientes en corredores y salones, hubiera sido un infierno. Doña Mariana la entendía en sus miedos y necesidades; la cubría en sus escapadas por el bosque para reencontrarse en secreto con sus hermanos Gonzalo y Neva, que crecían vigorosos y despreocupados como hijos de zíngaro; la aconsejaba en sus dudas; la escuchaba en sus cuitas y sinsabores. Aquella relación, que tantas envidias despertaba, no siempre fue bien comprendida. Ni mucho menos aceptada. Pero Doña Mariana, que de sus antepasados franceses había heredado la facultad de reírse de las adversidades, agitaba su larga mano de mujer elegante y musitaba: "¡Oh, tonterías!". Dándole de este modo a cada cosa la importancia justa y poniendo a cada uno en su lugar. Las cuñadas, presumidas y vacuas, torcían el gesto y se retiraban a su rincón, a criticar sin disimulo. 
 
Esta relación de afecto, que duraría en el tiempo hasta el óbito de la Marquesa, quizás fuese el motivo de que ella (y no la Condesa de Noega) fuese la depositaria de un oscuro secreto que afectó a uno de los miembros de la familia de Eulalia y que se mantuvo durante siglos en el recóndito lugar al que van a parar las cosas nunca dichas...

3 comentarios:

  1. Desde luego doña Mariana era la antítesis de lo que hoy entendemos por "suegra", con todas sus letras.
    Me hace gracia ese donaire suyo tan afrancesado capaz de restarle importancia a ciertos asuntos para continuar haciendo su voluntad, aunque yo en mi papel de nuera y por muy bien que me entendiera con ella vería un poco raro el hecho de que me aconsejara en temas de alcoba jejeje

    ¡Qué pena que en aquel tiempo (y aún mucho después) las esposas tuvieran que resignarse y estar "disponibles" para cuando el esposo recordaba estar casado!

    Ya sabe que me encanta su estilo, milady, así que una vez más la felicito por sus letras.

    Un saludo.

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    1. Gracias por sus siempre esperadas visitas, querida. Desde luego que la relación de ambas mujeres no entra dentro de lo acostumbrado, aunque hay que decir que entonces lo más habitual era depositar los afectos en quien no era el esposo. Eulalia encontró en doña Mariana una muy afectuosa amiga. Son extrañas las animadversiones que levantó y tuvo que sufrir la pobre Eulalia...La gente es tan mezquina, a veces.
      Un beso!!

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