martes, 18 de diciembre de 2012

EL DESTINO DE EULALIA.

Dejemos por un instante a los jóvenes condes de Haverfordwest disfrutando de uno de los momentos más dulces de su vida en común para saber qué fue de Eulalia de Noega, la hermana más querida de Neva, aquella hermana que, cuando abandonó el hogar paterno para contraer matrimonio, dejó a Neva presa de una de sus famosas pataletas. 

En aquel momento de la despedida, cuando Eulalia se dirigía con la resignación que siempre la caracterizó hacia el tálamo conyugal, nadie podía sospechar la vida que la esperaba. Fernando de Guisasola era el segundo hijo de un noble de la pequeña aristocracia, nunca había destacado por nada, ni se le conocía talento alguno. Si bien, bajo aquella apática apariencia, se escondía una ambición desmedida. Eulalia de Noega, en el momento de los esponsales, no podía siquiera sospechar que el hombre que a su lado consentía en contraer matrimonio con la hermana de la que siempre fue la mujer que deseó poseer, jamás se conformaría con quedarse en los dominios de su padre, ayudando a su hermano mayor en la administración de unas tierras que no iban a heredar su hijos, mientras su hermanos menores hacían carrera en las armas y en la Iglesia. Al principio, Fernando pareció conformarse con aquella vida. Paseaba silencioso por los corredores a la sombra de su anciano padre, tomaba en las noches a aquella esposa callada y sumisa que le había tocado en suerte, ocupaba sus horas con juegos de naipes aprendiendo de donceles y mozos de cuadra los trucos con los que se labraría su destino. Porque, un día, su suerte cambió de súbito en una mezcla de azar, ingenio y ansias de prosperar. 


Un golpe de suerte en una mano afortunada, una partida de cartas con las personas adecuadas, el riesgo de un minuto de indecisión... Todos éstos fueron los elementos que iniciaron la fulgurante carrera de Fernando de Guisasola, que le llevarían a Madrid y después a la misma Versalles, en una vida que nadie jamás imaginó para él. Y mucho menos su esposa. Eulalia accedió a casarse con él porque todo hacía prever que podría ser durante toda su existencia la mujer de un noble oscuro y desconocido, viviendo a pocas millas del lugar en el que nació, no alejándose jamás de lo que era su mundo conocido. Nunca pensó que su destino la llevaría a codearse con grandes señoras en la Villa y Corte de Madrid, a tener que ocupar su tiempo en encargar fastuosos vestidos que sólo podía ponerse una vez, a sufrir largas sesiones de peinado hasta que su frondosa melena de rizos castaños se transformaba según los caprichos de la última moda. Eulalia, con su gusto por la invisibilidad, tendría que acabar acostumbrándose a las miradas masculinas, a las lenguas afiladas de damas envidiosas. Ella, siempre tan alejada de todo lo mundano, tuvo que convivir día tras día con las apariencias, los rumores, la infinita hipocresía de unas gentes cuya vida ociosa y elegante se resumía en bailes e intrigas. 

En los próximos días desentrañaremos la cadena de casualidades y golpes azarosos que contruyeron el destino insospechado de la tímida Eulalia, escucharemos sus palabras de desdicha a través de las cartas que envió a su hermana Neva como gritos silenciosos de socorro, descubriremos que ella misma contribuyó no poco en el ascenso de su marido y, también,  (aunque en esto último les rogaré la mayor de las discreciones) la acompañaremos en el descubrimiento de un sentimiento para el que ella jamás se creyó destinada. Porque Eulalia de Noega también amo. Y fue amada, sin esperanza.

1 comentario:

  1. Bueno, mas vale que se vaya acostumbrando a lo que le espera Eulalia, que no va a ser poco.

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