lunes, 10 de septiembre de 2012

DE CUENTOS, RISAS Y CONSEJOS.


Pocos recordaban el sonido de la risa de Lord Christian, pero nadie se quedó sin escucharla cada día y cada noche en aquel primer invierno tras su matrimonio.
Mientras la ventisca azotaba cruelmente las costas de Pembrokeshire, mientras la nieve se colaba en chozas y cobertizos dejando pies fríos y dientes castañeteantes, en el palacio del conde de Haverfordwest todo eran risas y juegos al calor de la lumbre.  Neva tuvo la capacidad especial de alegrar el otrora sombrío caserón y de conseguir que todo el mundo acabase por quererla. Casi tanto como la amaba su esposo,  cuyas carcajadas hacían vibrar el aire de los corredores y espantaban a los búhos. 
Neva, criada en el alboroto de una casa llena de niños, conocía un buen puñado de juegos de azar, rimas picantes e historias de fantasmas. La mitad de su vida había transcurrido en las cocinas del palacio de su padre, donde los hijos de las criadas siempre tenían algún pasatiempo sucio y ruidoso que enseñarle. La otra mitad, leyendo libros e inventando quimeras con su hermano Gonzalo. Gracias a ella, Lord Christian sustituyó su pasado de niño solitario, siempre consentido y cuidado, por aquella nueva vida en la que cada día traía una diversión desconocida.  

-Esperemos que los niños tarden, si no van a ser demasiados.- murmuraba el aya de Christian, alegrándose sin embargo de que esa mirada taciturna hubiese desaparecido del semblante de su joven señor.  

También el aya podría haber dado su opinión a aquellos que comenzaron a preocuparse por la tardanza de Neva en quedarse encinta. Los recién casados eran jóvenes y gozaban de buena salud. Incluso Lord Christian, desde la llegada de Neva, había engordado un poco y perdido aquel aspecto de pajarillo. Además, se pasaban buena parte del día y todas y cada una de las noches juntos. La puerta de la alcoba se cerraba tras sus sombras al atardecer y se sentían cuchicheos y risas durante horas, hasta que a la mañana el aya de Lord Christian abría las cortinas y se los encontraba durmiendo entrelazados, como dos gatitos recién nacidos.
Entre los consejeros de Lord Balehead hubo alguna voz que se preguntó si no sería necesario dar alguna instrucción al joven señor. Tal comentario despertó la hilaridad de muchos, e incluso en susurros se dijo que la abundancia no hace a la puntería. Leopold, el secretario que diera la infausta noticia del óbito de Lord Balehead a Neva, acalló todas las bromas y burdos comentarios que siguieron con un simple gesto de su mano aristocrática (se decía que era un hijo bastardo del duque de York). 

-Considero que el momento de las tonterías ha pasado.- dijo, solemne- Que Lady Balehead quede o no encinta no es el mayor de nuestros problemas. Hay cuentas que hacer, justicia que impartir, decisiones que tomar.  

Se eligió un grupo de tres hombres, entre los que se incluyó a Leopold casi como una venganza personal, para que fueran a exigirle a Lord Christian la vuelta a sus obligaciones. Las cartas de Londres se amontonaban en la mesa, las gentes del condado hacían cola a las puertas del palacio con súplicas y ruegos de justicia, las despensas se vaciaban peligrosamente. 

-Neva, debo volver a atender mis asuntos.- le dijo Christian a su esposa, al comprobar la evidencia- He sido descuidado.  

Y la muchacha, lejos de contradecirle, puso todo de su parte para hacerle la tarea más llevadera. Mientras su joven esposo despachaba en las mañanas, Neva se perdía durante horas en la vieja biblioteca en  busca de ejemplares sobre la historia del condado, sobre las costumbres de sus gentes, sobre las particularidades de su idioma. Quería convertirse en una más de aquéllos que la habían acogido sin asomo de prejuicio. Tanto perseveró en su dedicación que, con el paso de los años, muchos llegarían a olvidarse de su procedencia y quienes la conocieron de anciana eran capaces de apostar toda su fortuna a que Lady Neva había nacido en Carmarthenshire, el condado vecino.

Así, los atribulados consejeros de Lord Balehead comprobaron que su joven señor conseguía llevar a rajatabla la máxima que ya siguiera su difunto padre con mano de hierro: "Soy esclavo de mis días, y dueño de mis noches". Si bien, mientras el anterior señor encontraba el destino de sus afectos y diversiones entre amigos en lugares de mala nota, Lord Christian sólo se divertía con su esposa. En todos los aspectos en los que un hombre puede divertirse. No había espectáculo, libro o velada que fuese tan obscena o desaconsejable que Lady Neva no pudiese estar presente. Esto dio lugar a múltiples comentarios sobre la ausencia de delicadeza femenina en la muchacha. Pero, peor fue cuando Lord Christian se empeñó en que su esposa no sólo estuviese presente en las diversiones sino también en los consejos. Aquéllo hizo que se abriesen muchas heridas.



4 comentarios:

  1. No era mala máxima la de Lord Balehead. Todo está bien mientras aún nos queden las noches :)
    Pero me imagino, me imagino el escándalo y los cuchicheos cuando lord Christian cometió la extravagancia de dejar que una mujer, y además la suya, estuviese presente en los consejos!

    Feliz tarde,madame

    Bisous

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    1. Conociendo a Neva quizá los consejeros no anden desencaminados con su cuchicheos. Les va a dar mucho de qué hablar.

      Gracias por vuestra compañía.
      Un beso.

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  2. Me hace gracia tanta preocupación por la efectividad de los encuentros íntimos entre los esposos,- me recuerda a cierta historia que Madame nos contaba recientemente sobre la noche de bodas de dos esposos de 14 años jajaja-.

    ¡Una mujer metida en asuntos de hombres! Diantres, ¿podía existir insensatez semejante?

    Un saludo y buena semana, milady

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    1. La vida de nuestra Lady Neva estuvo plagada de ese tipo de "insensateces". Para disgusto de muchos y diversión de otros tantos.

      Os deseo también que tengáis buena semana.
      Un beso.

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