domingo, 16 de septiembre de 2012

A LA SOMBRA DE LORD CHRISTIAN.

Dicen que cada ser humano nace con un determinado carácter impreso como una herencia invisible. Así se explican ciertos parecidos con antepasados con los que no coincidimos en el tiempo, reacciones ante las circunstancias de la vida extrañamente similares a un lejano bisabuelo, gestos faciales fácilmente identificables con una prima carnal casada en el extranjero. Sin embargo, existe parte de ese carácter que no se hereda. Que se forja a golpe de sucesos vitales, de comportamientos de aquéllos con los que compartimos el camino, de la mezcla de desgracias y momentos felices que conforman la vida de toda persona.

Neva de Noega era rebelde, contestona y fantasiosa. Y lo era porque su padre se pasaba el día en las nubes. Porque su bisabuela paterna resistió el asedio inglés en las almenas de su castillo vestida con unas simples enaguas y empuñando el arco como si sus manos nunca hubiesen hecho otra cosa. Porque su abuelo materno erraba por los caminos, curando a pobres y engañando a ricos con extrañas pócimas para encender el corazón o esquivar la mala fortuna, sacando muelas o vendiendo ungüentos contra las verrugas. Porque su tío Rodrigo se perdió en el mar cuando buscaba la isla de San Borondón. Porque su madre no le temía a nada que fuese de este mundo.  Porque  de la Biblia familiar había varios nombres tachados de primos lejanos que perdieron la estima del bisabuelo embarcados en dudosas empresas y negocios remotos. Quizás, por todo ello, algún sensato lector pueda afirmar sin equivocarse que Neva de Noega no podía haber sido de otro modo.

Sin embargo, tal herencia invisible sólo era una posibilidad. ¿Hubiera sido Neva la mujer que la Historia conoció de no haberse criado con su hermano Gonzalo, tratada como un niño ruidoso, escabulliéndose gracias a su don para hacerse invisible por anaqueles prohibidos, por ventanucos inaccesibles, por debajo de los muebles en estancias en las que se trataban conversaciones reservadas para oídos ajenos? Neva fue una niña curiosa, ávida de conocimiento, y sin asomo de vergüenza. Preguntona e irritante, a veces. Ingeniosa y divertida, otras. Su madre, la condesa, siempre la llamó "rabo de lagartija" y nunca tuvo duda alguna que, de entre todos sus hijos, era la que más se parecía a su familia. Aquellos parientes de los que nunca se hablaba más que para acrecentar la leyenda de su raza celta y sus costumbres salvajes.



El comportamiento de la nueva Lady Balehead no pudo menos que sorprender a aquellas gentes de Gales en algunos de sus ámbitos. Les desarmaba con su capacidad para preguntarse cosas que todos daban por hechas desde el inicio de los tiempos, cuando interrumpía a su esposo para narrar sus ocurrencias, cuando se dedicaba a contar las provisiones de la despensa y a disponer de las mismas. Nadie había visto una señora igual. Quienes conocieron a Lady Sarah sabían que nunca se había comportado de esa manera. Jamás se había inmiscuído en asunto alguno, doméstico u oficial. Se limitaba a mejorar lo dispuesto por su esposo con su distinción y sentido del gusto. Lady Neva, que procedía de un hogar en el que todas las cuestiones prácticas de la vida pasaban por las manos de su madre, la Condesa, no podía imaginarse que en otros lugares se organizasen de modo diferente. Así, hacía y deshacía a su antojo, organizaba las provisiones, los días de colada, las tareas caritativas,  sin que nadie se atreviese a desobedecer ni una sola de sus órdenes, desarmados por el poder hipnótico de su sonrisa.

Sin embargo, todos sabían que tal estado de cosas habría de desbaratarse un día u otro. Y así ocurrió. Precisamente en uno de los consejos a los que Lord Christian se empeñó que asistiera. Se discutía sobre el castigo a aplicar a un campesino al que se había pillado estafando en el molino con el peso de su harina. En el fragor de la discusión, se escuchó la voz clara y cristalina de Neva por encima de las de los hombres ofuscados.  

-Ni los azotes ni las multas servirán de nada, señores, pues el origen de la falta está en la necesidad. Remediemos la causa antes de castigar el mal.  

El silencio que siguió podría haberse palpado como un ser corpóreo. Lord Christian afirmó que tal propuesta habría de ser estudiada con más profundidad y manifestó que se pasase al siguiente punto del día. Los consejeros ardían de indignación, pero nadie se atrevió a decir palabra. Sólo Leopold, el secretario, al terminar con el despacho de los asuntos del día, aprovechando que Lady Neva se había quedado rezagada en la sala, le musitó para  que nadie más pudiese oírle: 

-Milady, ya que es deseo de milord que asistáis a las sesiones del consejo, mantened el decoro en lo sucesivo y guardad el silencio que se espera de vos. - y añadió- No olvidéis que vuestro deber es ser la sombra de Lord Christian. 

La muchacha, impertérrita, le respondió con uno de sus arranques famosos que el secretario jamás dudó en repetir a quien quisiera oírle, con el ánimo de perjudicarla: 

-Señor, la estatura de mi esposo, aunque elevada, no da para tener dos sombras.

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2 comentarios:

  1. Muy buena la respuesta de lady Neva, que se niega a ser una mujer florero,- me decepcionaría que obrara de otro modo pues siempre me he decantado por las heroínas intrépidas y rebeldes antes que por las sumisas y resignadas a su suerte-. De todos modos me da en la nariz que tal temperamento muy pronto acabará haciendo estallar la bola que se ha ido fraguando entre el séquito de los consejeros.

    Un saludo, milady, y buen finde.

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  2. Sobre todo porque en un primer momento todos vieron como un peligro esa rebeldía, pronto empezarán a temer también su inteligencia.

    Gracias por vuestra fiel compañía.
    Un beso!

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