domingo, 15 de septiembre de 2013

LA HISTORIA DE LOS PRIMOS DEL NORTE.

Antes de todo ello, y a la vista de los soberanos aburrimientos que Neva sufría en los larguísimos inviernos galeses, Christian rescató de su memoria los tiempos de su tierna infancia cuando su madre dirigía una casa en la que la música, los poemas y los bailes se sucedían hasta el amanecer. Decidió contratar músicos y bufones, poetas y bailarines, con los que entretener a su esposa y que sus ausencias no le pesasen tanto en el ánimo. La vida iba a cambiar radicalmente en el condado de Haverfordwest, devolviéndole el esplendor perdido que sólo los más viejos recordaban. Y Neva volvió a reír, con esa su risa de pájaro, todas las horas del día y de la noche. 
 
También fue la época en la que su belleza comenzó a ser famosa y el tiempo en que, en susurros, comenzó a divulgarse el rumor que la acompañaría el resto de su vida sobre un incipiente romance con el músico que escribió sobre ella los mejores cantares que han llegado hasta nosotros. Ya hemos tratado de ello en esta crónica y jamás ha podido demostrarse nada más allá de una relación de mutua admiración. Neva jamás expresó en ninguna de sus cartas razón alguna sobre ello, y aquel billete que se le encontró en sus ropas al músico muchos años más tarde pudo ser de cualquier otra. O de ella. Quizás nunca lo sabremos.  

La nueva época de esplendor que comenzó a vivirse en el condado hizo de éste un lugar apetecible, y la casa comenzó a llenarse de parientes y amigos venidos de lejos, que traían noticias, nuevos juegos y un soplo de aire fresco para llenar los otrora silenciosos corredores. De los más asiduos en los siguientes años fueron los primos que Lord Christian tenía en Escocia, hijos de la que fuera una de las hermanas de su madre, Lady Sarah. Estos dos muchachos, supervivientes de los inviernos helados y enfermedades infantiles que se habían llevado al Cielo al resto de sus hermanitos, pronto se convirtieron en los principales valedores de Neva a lo largo y ancho de la Isla, aunque por muy diferentes razones. Del mayor de ellos, Edwyn, no es preciso rebuscar mucho en las crónicas pues de su paso por este mundo existen numerosos rastros en los libros de Historia, en las Genealogías y en multitud de misivas y diarios escritos con letra femenina. En su tiempo, fue una celebridad a cuyo paso las mujeres se desmayaban y los hombres chirriaban de envidia. Su alta estatura, sus cabellos rubios con tintes rojizos y aquel par de ojos límpidos como las aguas de un lago una mañana de primavera, causaban estragos allá por donde pasaban. Además, poseía al carácter fiero y decidido de los hombres del clan McCart, con lo que no había idea suya que no se convirtiese en realidad a una simple palabra de aquella su voz poderosa, rotunda como un trueno en mitad de una montaña. Edwyn estimaba mucho a su primo galés, Christian, y se enamoró de Neva apenas verla, como hacía con la mayor parte de las mujeres que se le ponían por delante. A él le debemos esas palabras que todo autor cita como una de las descripciones más exactas de Lady Neva entre sus contemporáneos:
 
-Es tan menuda como un pequeño gorrión. Al primer vistazo en una sala concurrida quizá no reparéis en ella, pero como le concedáis una segunda mirada... ¡Ah, mi amigo, entonces no podréis jamás apartar vuestros ojos de ella!
 
El menor de los McCart, Ian, fue, mención aparte de su hermano Gonzalo de Noega, el mejor amigo de Lady Neva en el resto de años que les quedaba por vivir. Físicamente era muy diferente de su hermano Edwyn. Menudo, de cabellos más oscuros, pecoso y callado, tenía sin embargo en el brillo azul de su mirada todas aquellas cosas indefinibles que a su hermano le faltaban y que parten de un corazón delicado. Si Edwyn se declaró enamorado de la mujer de su primo con su verborrea incombustible, Neva al primer vistazo se dio cuenta de lo importante que Ian iba a ser en su vida. Supo en segundos que aquel muchacho eclipsado por su hermano mayor era un alma gemela con el que compartiría inconfesables secretos, decisiones descabelladas y lágrimas reprimidas en las siguientes décadas.
 

 
 
Ian McCart, detrás de su presencia silenciosa y sus maneras agradables, escondía un profundo secreto que jamás reveló a ser humano alguno. Salvo a Lady Neva, condesa de Haverfordwest. Hoy, tras el paso de los siglos, esta cronista se propone desvelar tal secreto guardado celosamente entre los pliegues de la correspondencia de Lady Neva. Y lo hacemos con el rezo entre los labios y la súplica de que el desventurado Ian, allá donde se encuentre, perdone esta indiscreción nuestra. Otros secretos han sido desvelados entre estas páginas y el suyo, quizás no tan inquietante pero sí más delicado por lo mucho que hizo sufrir a su delicado corazón, acude a nuestra pluma como una manera de hacerle justicia. Él, que siempre fue tan tolerante y comprensivo en vida, esperemos que mantenga tales cualidades tras la muerte. 
 
 
Abramos, pues, el cofre de los secretos y conozcamos cuál fue el motivo de la melancolía que siempre anidó en su hermosos ojos azules...
 


 

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