lunes, 16 de septiembre de 2013

DE AMORES CONTRARIADOS.



"Mi querida prima:
 
Cada mañana rezo con el único fin de que los hielos de mi amada tierra escocesa desaparezcan pronto de los caminos, y Edwyn tenga a bien no importunarme de nuevo con retrasos injustificados.  Ansío escuchar de nuevo el sonido de vuestra risa, contemplarme en vuestra mirada luminosa que es, me temo, la única capaz de darme sosiego. Querida, dulce, comprensiva Neva, sólo vos sabéis encontrar la palabra adecuada para poner fin a los días de tormento, a las noches interminables que ese invierno infinito transforma en cárcel de mi alma y mis sentidos. Me decís en vuestras cartas que el origen de mis males está en mi propio espíritu, mas... ¡qué crimen cometí en la inocencia de mis pocos años, en el vientre de mi madre, en el tiempo ignoto anterior a mi nacimiento, para merecer este espíritu que me atormenta, que me aprisiona, que me hace sufrir de esta manera indecible! Me decís también que la lucha interna que me atenaza no es singular, que no soy yo el único que sufre por amores contrariados, que tal situación está tan a la orden del día que es el tema de poemas legendarios y rumores de cualquier Corte que se precie. ¡Vano consuelo para quien sufre tortura que no tiene fin! Cada día, cada hora, la condena que pesa sobre mi ánimo se ve incrementada en vez de aligerarse.
Así, preso de mi condición, de mi estado, de mi apellido y de mi honor, veo los segundos eternos de mi vida deslizarse sin remedio. Y ella, ajena a las tormentas que provoca en torno a sí, camina a mi lado, canta con su dulce voz sentada al clavicordio, cose silenciosa mientras el granizo golpea la ventana, gesta en su interior a los hijos de mi hermano. Y yo, sólo yo, percibo que las partículas de polvo, que sobrevuelan la escasa distancia que nos separa en las largas veladas ante la chimenea, arden como brasas invisibles. 
Queridísima, dulce y amable prima, vos sois el único regalo que la vida ha querido dispensarme en esta larga agonía. Sólo cuando estoy junto a vos, cuando escucho vuestros consejos, se disipan mis temores y mis sufrimientos. Por ello cada día contemplo esperanzado el amanecer, ese tímido sol que anuncie la primavera y con ella a vos. Cuando se despejen los caminos, y si Edwyn no se opone a ello, correré a vuestro encuentro. Entonces vuestra alegre voz volverá a relatarme vuestras historias maravillosas, Tristán y Paris, Romeo y Dante, haciendo que no me sienta tan solo en mi desdicha.
 
Esperando que las próximas palabras no sean escritas, siempre vuestro
                                                                                                                                                   I".
 
Esta misiva constituye sólo un ejemplo de las decenas de cartas que Lady Neva atesoró de quien siempre se dirigió a ella como su "querida prima". Es evidente que, leída fuera del contexto de quien conoció bien los pormenores de aquel alma atormentada, en ocasiones causa un cierto sonrojo. Quien así escribió era un hombre emparentado con alguno de los personajes más fieros que dio la Historia de Escocia. Pero, en el terreno del sentimiento, cualquier juicio de valor está hecho de más.
Ian McCart sufrió en sus carnes de un amor no correspondido e incestuoso. Razones más que suficientes para que no se lo dijese jamás a nadie, incrementando así sus desdichas con un obligado disimulo. El objeto de sus desvelos fue su cuñada Emmeline, casada con su hermano Edwyn cuando no contaba más de quince años y cuyos atributos más recordados fueron su mirada color miel y su voz tintineante. Al menos, es así como la describió en la Corte uno de los emisarios que el rey Carlos enviaba de vez en cuando para, cautamente, tener noticias de primera mano de los levantiscos hombres del Norte.
Por la correspondencia entre Lady Neva y el atribulado Ian McCart podemos intuir que la muchacha pasó por la vida sin dar motivos para la cháchara de viejas, cumpliendo silenciosa con sus obligaciones, amando abnegadamente a su mujeriego marido y, por supuesto, no reparando jamás en la pasión que desataba en su cuñado. Razones todas ellas para aumentar las tribulaciones del amante silencioso y silenciado en una agonía que él mismo conocía en toda su dimensión y de la que siempre se supo incapaz de escapar. "Lenta espera sin esperanza", definió el propio Ian su existencia entre los mismos muros del objeto de todos sus deseos y, al mismo tiempo, el puñal que causaba el dolor de su alma. 
A ello ha de añadirse la profunda ceguera que Edwyn McCart, el marido afortunado, tenía respecto a los sentimientos de quienes le rodeaban. Incluso en relación a su amado hermano pequeño, del que en muy contadas ocasiones consentía en separarse, fue incapaz de siquiera atisbar la zozobra que habitaba en su espíritu. Edwyn, terrenal y práctico, siempre tuvo al instante todo lo que deseó. No pudo comprender jamás cuál podía ser el sentir de quién vivía sin esperanza, anhelaba sin consuelo, pues con su carácter indómito y la belleza de su cuerpo espléndido, jamás tuvo que plantearse la opción del rechazo o la renuncia.  
Para Ian constituyó una quiebra en su historia personal el momento en que, junto a su hermano y una comitiva de catorce hombres, viajaron a Gales para presentar sus respetos a su primo Christian por el fallecimiento de su padre y se encontraron a su recién desposada condesita.  Lady Neva, con sus ojos verdimar, traspasó los corazones de ambos, obviando el ruido de saludos y abrazos, de alabanzas y bromas, y se encontró con un secreto oculto tras la mirada del que desde el primer instante se convirtió en su primo favorito:
 
-Ian, algún día me regalaréis vuestra confianza y me revelaréis lo que os atormenta.- le dijo, mientras al fondo del salón la algazara de la música y las risas de Edwyn se adueñaban de todo. 
 
En aquel momento, Ian McCart, percibiendo en una de sus manos el contacto de la pequeña manita de Lady Neva, sintiendo por primera vez en su vida el gusto de ser el predilecto, el escogido, el destinado a ocupar un lugar de privilegio en un corazón humano, le musitó:
 
-Os lo prometo, mi querida prima.
 


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