sábado, 6 de octubre de 2012

DE VIAJES INOPORTUNOS Y LLEGADAS INESPERADAS.

La vida está llena de acontecimientos felices que sólo existen en la memoria.  Lady Neva, en su vejez, siempre recordaría sus primeros años de matrimonio como una época de dicha ininterrumpida. Sin embargo, a juzgar por su cartas de entonces, la realidad distaba mucho del recuerdo. 

Cierto es que la pequeña Neva tuvo una acogida en los dominios de Haverfordwest como nunca se dispensó a ninguna forastera. Y que el destino tuvo a bien que casase con un hombre de su gusto. Y que el poder de su sonrisa contagiase el ambiente del palacio de una alegría inusitada. Pero también es cierto que muchos la miraron con recelo (desde el Consejo o desde los altos cargos religiosos), que sus costumbres y carácter chocaron con tradiciones y protocolos, obligando a compatibilizar opiniones en equilibrios endebles, siempre en riesgo de choque permanente. Y, a la postre, estaba el carácter de Christian. 

Esa manera de ser, introvertida y taciturna, que había subyugado desde un primer momento a Neva de Noega, pronto resultó un problema. Lord Balehead callaba sus pareceres hasta que, un día, sin venir a cuento los desataba todos juntos, armándose un jaleo de mil demonios. Comenzaba a parecerse a su difunto padre más de lo que él mismo quería reconocer. Y a medida que tomaba mayor intimidad con su esposa, ésta se convertía en objeto de sus malos humores. Neva intentaba sobrellevar sus exabruptos con paciencia, pero nadie le había enseñado que la mujer debe ser muda ante la fuerza arrolladora del varón. Así sus peleas, junto a sus apasionadas reconciliaciones, comenzaron a tomar la dimensión de lo que se acaba transformado en leyenda. 

Otro de los motivos añadidos de pesar en aquellos primeros años, que la memoria de la Neva anciana se encargaría de borrar, era la excesiva duración de los inviernos. Aunque la muchacha provenía de una tierra en la que la luz y el buen tiempo eran escasos, lo de los inviernos galeses rayaba la locura. Durante meses, el mundo se cubría de un manto de penumbra que hacía dudar de la existencia del sol. Neva, en aquellas largas noches que se iniciaban apenas terminaba de almorzar, creía morir de aburrimiento. Y eso que era una mujer de recursos. Aunque todos los juegos, historias y charadas tienen un fin. Y si en torno no existe nadie que contribuya al divertimento, el tiempo se vuelve eterno.  



Antes de que Lord Christian decidiese contratar músicos, poetas y danzarines para el séquito de su esposa, a Neva los inviernos le alcanzaron para aprender galés, mejorar su estilo con la espada y escribir su propia versión de "La divina comedia". Y para aburrir a los mensajeros con sus cartas a Eulalia.

"Querida hermana:

No sé qué te habrán parecido mis últimos comentarios. Vuelvo a escribirte sin esperar a recibir tu carta, porque hace varios días que llueve sin cesar y me aburro horrores. Dirás que siempre estoy con las mismas quejas, que de niña siempre me escapaba para huir del aburrimiento, escalando paredes y escondiéndome en buhardillas. Aquí, el aburrimiento es tan absoluto, que escapar de él es una quimera. Ya ni lo intento. Dejo que se apodere de mí, que se siente aquí a mi lado, haciendo que el reloj tenga más horas de lo acostumbrado. 
Mi esposo vuelve a estar de viaje. Odio estos viajes suyos. Sus consejeros dicen que no debo acompañarle, que debo quedarme en casa en representación suya, para tomar las decisiones para las que me creo tan capacitada. Lo dicen con toda la ironía propia de sus lenguas británicas, pero yo sonrío como si me dijesen una lindeza, y ellos se muerden los labios, rojos de irritación. Algún día alguno explosionará, despachurrándose como una granada madura. 
En fin, que no me quejo más. Sería un acto de crueldad por mi parte, a sabiendas de todo lo que sufres tú cada día en ese lugar horrible. Si pudiese estar a tu lado no dudo que podríamos encontrarle el lado cómico. Estoy segura de que toda esa gente estirada de la que hablas tiene su lado ridículo. Como don Cosme, ¿te acuerdas? Aquel preceptor de Gonzalo, con su bigote lacio y su pelo encerado... Aún me duelen las manos cuando recuerdo su palmeta. Pero, el dibujo le hacía justicia, ¿no crees? 
Mientras escribo estas letras comienzo a sentir el golpe del granizo en los cristales . Pronto llegará la nieve. En eso, querida Eulalia, eres afortunada. Donde resides no hará el frío que aquí hace en invierno. Y tú siempre le has temido al frío. Madre dice que es porque cuando naciste la nieve cubría el mundo como nunca jamás había ocurrido. Yo creo que temes el frío porque eres sensata. 

¡Ay, querida Eulalia, qué aburrimiento! Y mi esposo que no vuelve. Pronto cumplirá años, y si no hay un cambio de planes será en Londres. Estoy aprendiendo a tejerle un chaleco de los que por aquí se estilan. Hasta para estas labores absurdas tengo tiempo. Le echo mucho en falta, hermana, y en las mañanas el cuerpo se me pone alterado, la cabeza me da vueltas y vomito el desayuno.
En los tres años que llevo en Gales nunca me había encontrado enferma y ahora me aterra estarlo sin Christian a mi lado. Pero, no te apures, querida. Seguro que es un simple constipado. Pero si le escribo, quizás vuelva antes. Voy a hacerlo con premura.

Te quiere, te extraña y muere de aburrimiento, tu afectuosa hermana  
                                                                                                                                                        N."

Después de esta misiva enviada a Francia, y que Eulalia recibió cuando aún no le había dado tiempo a escribir la contestación de un carta previa de su hermana pequeña, Neva cumplió lo afirmado y escribió a su esposo. Dicen las crónicas que Lord Christian volvió en la misma noche en la que recibió el mensaje de su esposa, reventando varias monturas en su viaje frenético desde Londres. El contenido de la carta que interrumpió aquel viaje que tan largo se le estaba haciendo a la muchacha, que  hizo  a Christian cabalgar durante millas, entre la nieve y la ventisca, rezaba así:

"Mi amado esposo:

Vais a ser padre.

Tuya, siempre tuya 
                                                      N."


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2 comentarios:

  1. Sucede con Christian, me temo, lo mismo que con todas las personas tranquilas. Cuando estallan finalmente dan miedo.

    Me hace gracia imaginarme a Neva tratando de irritar a los flemáticos británicos con su fingida ignorancia a sus ironías. Verlos explotar como granadas maduras resultaría tentador jijiji.

    Neva embarazada. Veremos cómo transcurren ahora sus vidas ante este gran cambio que se avecina. Porque no sería una treta para hacer al esposo regresar... ¿verdad?

    Un saludo cordial.

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  2. Estais en lo cierto, me temo, en cuanto a nuestro caballero. Aunque quizás sea mejor así. Los caracteres muy lineales no son amigos de la literatura. La convivencia ya es otra cosa. Pero la pequeña Neva puede con eso y con lo que se le ponga por delante. Eso sí, en este caso su preñez no fue una estratagema. Prefiero no imaginarme la cara de Lord Christian si después de semejante cabalgada se la encuentra riendo la gracia.

    Gracias por vuestras puntuales visitas.
    Un beso.

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