martes, 13 de agosto de 2013

EN EL MADRID DEL REY PLANETA.


Con el peso de la pena de tantas despedidas a cuestas llegó Eulalia de Noega a la Villa y Corte en aquellos últimos años del reinado de Felipe IV, cuando Madrid era la ciudad bulliciosa, entregada al arte, los espectáculos, la religiosidad y el hambre, que retrataron tantos escritores, pintores y artistas de variados pelajes. Imbuidos por el espíritu de su rey, los aristócratas habían adoptado como muestra de buen tono la del mecenazgo de las artes, y lo que posteriormente se vino a llamar Siglo de Oro agonizaba grandiosamente antes de que nadie pudiese prever la oscuridad del nuevo reinado que se avecinaba y la lucha cruenta por la sucesión que esperaba a la vuelta de la esquina. Aún el príncipe Carlos era un niño enclenque y enfermizo y su padre, el rey, mantenía la vitalidad en el lecho y el buen gusto en el arte que le harían pasar a la posteridad. 
 
Para Eulalia, sin embargo, Madrid fue la antesala de su infierno particular. Con la añoranza de quien se ha criado en espacios abiertos, con el olor a salitre despertándola de mañana, aquella ciudad reprimida en su muro, con sus centenares de casas amontonadas, con sus callejas retorcidas cubiertas de excrementos, con sus mataderos y cárceles, le pareció un lugar nauseabundo, asfixiante y terriblemente feo. A esta impresión general ha de unirse el hecho de que la vida de Eulalia iba a tomar a partir de aquel momento un cariz que jamás había imaginado y para lo que nunca se la preparó. Los departamentos que les fueron asignados en la casa que el Duque de Alba mantenía abierta en la Corte eran todo lo lujosos que un funcionario avaricioso puede esperar. Sin embargo, Eulalia era la hija de un conde. Si el respeto a su timidez no hubiese influido en la decisión de su matrimonio, jamás se hubiese visto reducida a vivir como la hija de un escribano, compartiendo sus días entre las mujeres de mayordomos, camareros o secretarios. Bien es cierto que su carácter apacible, su nula ambición y su paciencia infinita, la protegieron de la desesperación. Pero, Eulalia sabía que su mayor problema no se encontraba fuera de su matrimonio. Lejos de la casa paterna, Fernando de Guisasola se reveló en su verdadera forma de ser.  Durante aquellos años madrileños demostró lo avaricioso e incapaz de cualquier escrúpulo que podía llegar a ser. De otro modo, jamás hubiera llegado tan alto. Jamás de simple asistente hubiera llegado en tan corto espacio de tiempo a susurrarle al oído dislates y maledicencias al propio Duque de Alba a la hora de la siesta. 
 
En un principio, Fernando creyó que su esposa le serviría para medrar. Pronto se desengañó. Dejó de llevar a Eulalia consigo a celebraciones y saraos en cuanto se dio cuenta de que la muchacha seguía tan muda, apocada y asustadiza como en casa de su padre. En ocasiones, la dejaba en un rincón mientras él se unía a unos y otros, y se olvidaba de ella durante horas, para encontrársela al salir en la misma posición. Comenzó a  presentarla como "su esposa, la hermana de Isabel de Noega", acentuando aún más su nulidad, mientras que todos a su alrededor achinaban los ojos para intentar encontrar en ella algún rastro de aquella legendaria belleza que nunca habían visto. Pero, Eulalia todo lo soportaba con la perenne tranquilidad que jamás parecía abandonarla. Si las cosas hubiesen seguido de esta manera, hubiera incluso encontrado la forma de ser feliz, tal y como en su día prometiera a su hermana pequeña. Pero, Fernando era cruel. Y el colmo llegó cuando en una ocasión, ante cuatro o cinco caballeros, exclamó:
 
-Señora, sonreíd al menos, ya que ni para engendrar valéis.
 
Eulalia hubo de apretar los dientes para que las lágrimas no se le saltasen. Hasta aquel momento, en los tiempos en los que aún vivían entre el multitudinario clan de los Guisasola, la tardanza en la preñez había pasado desapercibida. En Madrid, lejos y solos, la ausencia de hijos se había comenzado a convertir en un motivo de tensión entre la pareja. La muchacha no se negaba jamás a las solicitudes de su esposo, pero pasaba el tiempo y no concebía. Tal hecho y aquella punzante frase dicha ante desconocidos sin ningún pudor por su esposo, dieron inicio a la fama de estéril que la perseguiría durante años y que le haría derramar las más amargas de sus lágrimas. 
 
El único consuelo entre tanto quebranto seguían siendo las cartas. Eulalia las escribía a centenares, a sus padres y hermanos, a Isabel, a doña Mariana. Y recibía las respuestas como el único aire fresco capaz de llegar hasta aquella Villa abarrotada y escandalosa que para ella era Madrid. Allí, en el pequeño rinconcito de su secreter fue donde se enteró de la partida de su pequeña Neva a Gales; de la decisión de Gonzalo de estudiar Medicina; de lo violento y poco comprensivo que se había revelado el nuevo esposo de Isabel, aquel aragonés tan celoso que tardó en morírsele mucho más que su añorado primer marido; de los remedios que doña Mariana conocía para animar el vientre y provocar la fecundidad. 
 
Los años, que para esto no distinguen entre la alegría y la desdicha, pasaban de igual manera mientras Fernando de Guisasola trepaba hasta alturas jamás previstas y alrededor de Eulalia se desarrollaba la vida, con sus desdichas y sorpresas en el carrusel de vivencias que le tenía reservado. Aquellos días tristes sólo iban a ser el principio.

3 comentarios:

  1. Pobre Eulalia. La última frase de este capítulo resulta demoledora, porque mata toda esperanza de que su suerte vaya a mejorar, al menos próximamente. Logrará Eulalia encontrar la felicidad? Podrá ayudarla Neva?

    Madame, aprovecho para comunicarle la noticia, que creo no sabe aún, de que me han publicado en papel mi primer relato de ficción en la antología que lleva por título "Mujeres en la historia". El mío es "El viaje de Amandina", sobre la infancia de George Sand.

    http://www.mareditor.com/narrativa/MujeresenlaHistoria.html

    Feliz día de fiesta!

    Bisous

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    1. Querida, siempre he estado segura de que vuestra pluma llegaría lejos. No me perderé esta nueva ocasión de leeros. Además, la antología completa no puede tener mejor pinta.

      En cuanto a nuestra pobre Eulalia, valga la expresión de que no hay mal que cien años dure...

      Un beso!

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    2. Gracias, madame. La antología estará en las librerías a partir de septiembre, aunque ya puede pedirse a través de la página de la editorial.

      Qué poco se prodiga usted! Espero que no tarde tanto en ofrecernos el siguiente capítulo.

      Buenas noches

      Bisous

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