miércoles, 8 de octubre de 2014

EL DUEÑO DE AQUELLOS ACARICIADORES OJOS OSCUROS.


Guillaume de C. Ni aquél fue su nombre ni ésta la inicial de su apellido. La discreción que no ha abundado en otras páginas de esta crónica se impone, sin embargo, en este momento para preservar el único secreto de Eulalia de Noega. Ella, depositaria fiel de los secretos de tantas personas a su alrededor, se disgustaría muy mucho si descubriese que no guardamos para con ella la fidelidad que siempre la distinguió con respecto a quien en ella se confió. 
 
Digamos escuetamente que Guillaume se encontraba en la Corte francesa en el momento en que nuestra Eulalia llegó con su esposo para el desempeño de éste de funciones en la Embajada española (que no le harían crecer tanto como el hecho de tener una esposa tan piadosa, como ya hemos visto). Pertenecía nuestro hombre a la guardia real al servicio de la reina. Hay quien se atreve a afirmar que, realmente, era un mosquetero del rey. Pero sobre ello no nos extenderemos en demasía. No vayan nuestros pacientes lectores a hacer conjeturas acertadas. El caso es que, perteneciese a uno u otro cuerpo, Guillaume era un mozalbete cuando, debido a su parte de sangre castellana, se le encomendó junto a otros la tarea de ser la guardia más cercana de la recién desposada María Teresa. No descubrimos nada nuevo al decir que la joven reina apenas dominaba el francés y se vio en varios apuros debido a tal ignorancia en el inicio de su vida en el país galo. Pero de tales anécdotas dejaremos que den cuenta plumas más expertas, como ya vienen haciendo desde hace tiempo en lugares próximos a éste.
 
Cuando Eulalia comenzó a percibir aquella acariciadora mirada oscura que la seguía por los corredores, no había rastro alguno en Guillaume de aquel niño que, con apenas once años, entró al servicio del Rey Sol. Le habían conseguido el puesto gracias a la influencia de su padre, quien, sin entrar en más detalles, tenía el púrpura como color habitual de sus atuendos. También se decía que la madre de Guillaume, que murió de fiebres cuando el niño apenas había cumplido siete años, era una preciosidad. Y que había nacido en Toledo. Pero de cómo y en qué circunstancias terminó en una región del norte de Francia en la que el que estaba llamado a ser el padre de nuestro protagonista desempeñaba su cargo, nada sabemos. Y si lo sabemos, no lo contamos. 
 
Lo que sí es cierto y puede ser objeto de comentario es que Guillaume de C. fue el hombre más apuesto que Eulalia de Noega vio en su vida. Y en honor de la verdad, aunque no hubiese podido compararlo con nadie, la belleza de aquel guardia de ojos negros, pelo oscuro y media sonrisa homicida, era incontestable. Y Eulalia, como sabemos, no era mujer de las que se rinden al menor esfuerzo. Pero, por si ello no les bastase para confirmarlo, Neva de Noega en sus múltiples viajes tuvo ocasión de conocerle. Y ella sí que nos dejó una descripción vívida de la apariencia física del francés. "He de confesar que, al verle, me quedé sin palabras", escribe en una de sus cartas quien nunca había dado muestras de saber refrenar su lengua.